VOLANTINES DE GUILLERMO
El conquistar los cielos es el sueño del hombre desde tiempos muy remotos. Bastante hicieron por su parte los hermanos Wright hace más de 100 años cuando lograron la proeza del primer avión con motor. Pero mucho antes, cerca del 1200 a.C, los chinos ya habían inventado una forma de apoderarse del aire creando los primeros “cometas” de papel. Los primeros fueron creados como dispositivos militares, que con sus colores y diseños entregaban distintos mensajes a distancia.
COMO LLEGARON A CHILE
Volviendo a Chile, los volantines cruzaron la cordillera en el periodo colonial, de la mano de misioneros católicos que llegaron encumbrando en el aire estos juguetes de papel además de sus plegarias. Dicen las malas lenguas que don Ambrosio O’Higgins, el Papá de don Berni, era bravo para las competencias de volantines. Y con personajes así de influyentes en una época sin redes sociales, era obvio que el volantín y sus competencias se popularizarían, a tal punto que en 1795 se dicto una orden que condenaba a 6 días en la cárcel a quienes causaran algún tipo de daño encumbrando volantines. Comprenderá usted que en una época donde los techos eran pura teja, un volantín enredado podría resultar con una de estas como sombrero de alguna inocente señora.
GUILLERO PRADO: EL HOMBRE CLAVE
Un personaje importante en la historia del volantín es Guillermo Prado. Don Guillermo es considerado el volantinero más importante de la historia de Chile, y entre otras de sus grandes contribuciones, es el responsable de inventar el carrete de hilo para competencias por allá en los 60s. Después de eso su creación conoció el resto del mundo. 10 años antes de esa creación, Prado diseñó un prototipo de disco volador, el que puso en alerta a la Fuerza Aérea en un evento de aeromodelismo de la época. Don Guille no quiso vender su invento, le dio miedo que su creación fuera usada con fines bélicos.
Guillermo desde los 7 años que creaba volantines con su familia, y durante los años siguió dedicando su vida a esta pasión, a tal punto de encontrar matemáticamente el equilibrio perfecto para crear un volantín excepcional en tamaño y peso: le quitó la cola y los dejó de 48 centímetros cuadrados. Innovó en los palillos utilizando raulí, alerce y araucaria.
Sus creaciones llegaron al Museo Nacional de Bellas Artes en 1973, y luego exhibidos todos los años en la Muestra de Artesanía UC hasta e 2002, siendo el año que se hiciera uno con sus creaciones en el cielo el 2003.