Odisea en la Antártica
En 1914 el explorador Ernest Shackleton hacía un llamado masivo a través de los diarios para encontrar a hombres con alma de viajeros que quisieran acompañarlo a una expedición peligrosa como ninguna otra: cruzar la Antártica. “Se necesitan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, meses de completa oscuridad, peligro constante, retorno ileso dudoso. Honores y reconocimiento en caso de éxito”, fue el mensaje que se pudo leer en los periódicos de Londres.
Aunque parezca increíble, fueron miles los hombres que acudieron a este llamado, de quienes solo 28 fueron seleccionados para el viaje cuya ruta iba desde Londres hasta Buenos Aires, desde donde se dirigirían en dirección al archipiélago de las Islas de Georgia del Sur. Desde ahí, el viaje continuaría por el Mar de Weddell, cruzarían a pie la Antártida hasta el otro lado, donde les esperaría un barco
El 19 de enero la embarcación quedó atrapada en el hielo, dejando a toda su tripulación en medio del mar congelado durante más de un mes antes de que decidieran abandonar el barco para llegar a tierra. Apenas Reino Unido se enteró de esta tragedia pusieron en marcha el plan de rescate, que los llevó a al menos tres intentos, sumando así más de un año desde que la expedición quedara atrapada en el hielo y posteriormente se estableciera en un campamento en la Isla elefante. Cuando los esfuerzos internacionales no dieron resultado, decidieron pedir ayuda al gobierno chileno, quien envió una misión a bordo de la escampavía Yelcho comandada por Luis Pardo. El rescate es considerado uno de los más increíbles de los que se tenga conocimiento, esto por el hostil clima de la Antártica y por las precarias condiciones de la embarcación encargada. Pero Luis Pardo estaba convencido de su tarea y el 30 de Agosto parte rumbo a Isla Elefante en busca de los aventureros, a quienes llevó de vuelta a tierra firme el 3 de septiembre, llegando a la ciudad de Punta Arenas en donde cientos de personas los recibieron con aplausos.Si bien Luis Pardo era muy joven, jamás dudó de la responsabilidad que había asumido con los extraviados viajeros, tal como lo dijo en una carta que dejó para su padre antes de partir: “La tarea es grande, pero nada me da miedo: soy chileno. Dos consideraciones me hacen hacer frente a estos peligros: salvar a los exploradores y dar gloria a Chile. Estaré feliz si pudiese lograr lo que otros no. Si fallo y muero, usted tendrá que cuidar a mi Laura y a mis hijos, quienes quedarán sin sostén ninguno a no ser por el suyo. Si tengo éxito, habré cumplido con mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando usted lea esta carta, o su hijo estará muerto o habrá llegado a Punta Arenas con los náufragos. No retornaré solo”.